Femicidios: unas reflexiones en torno a sus negaciones

1.png

Hablar o tener información sobre femicidios[1] en América Latina es ahora común, tanto para el público en general como para la mayoría de los/as funcionarios/as de los sistemas judiciales. Gracias a la lucha incesante de las organizaciones y de los grupos de mujeres a lo largo y ancho de la región, así como de la tenacidad de funcionarios/as públicos/as, algunos avances institucionales y sociales en el combate a este fenómeno son tangibles. No obstante, el camino recién inicia y, como ha sido evidente en el proceso de realización de los derechos de las mujeres, el recorrido no es lineal ni parejo; es jalonado de obstáculos y marcado por un persistente estado de negación.

Adelantos concretos dan lugar a cierto optimismo e invitan a creer que pueden emerger respuestas contundentes para enfrentar este fenómeno criminal. No creo que sea exagerado decir que América Latina tiene mucho más que mostrar, en este campo, que otras regiones. Se ha visibilizado un fenómeno ignorado, considerando sus manifestaciones ya no como anécdotas sueltas sino como ilustraciones de un mal social arraigado en una visión androcéntrica y patriarcal de la vida. El andamiaje jurídico está instalado (aunque no siempre sea el más indicado): se han adoptado reformas legislativas (en particular relativas a la tipificación del femicidio y otras medidas especiales) e institucionales (con la creación de unidades especializadas en las fuerzas de seguridad o en las fiscalías o tribunales especiales), en casi la totalidad de los países. Hay decisiones judiciales, tanto de altas cortes nacionales como de jueces/zas y tribunales locales, que condenan a responsables de femicidios, y otros pronunciamientos que resaltan la obligación de las fiscalías de investigar esos casos con perspectiva de género. La influencia de las decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre esas providencias nacionales es innegable. El Modelo de Protocolo Latinoamericano de investigación de las muertes violentas de mujeres por razones de género (publicado en 2014 por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas y ONU Mujeres) ha servido como catalizador para el desarrollo de herramientas similares en las fiscalías de varios países. Esos  instrumentos, si son aplicados de manera adecuada, son capaces de generar prácticas de investigación penal más homogéneas, basadas en una comprensión de la violencia femicida y, sobre todo, incorporando de manera más sistemática una perspectiva de género.

Estas son las luces. Me temo, sin embargo, que esa posición resulta demasiado ilusoria para las innumerables víctimas que esperan –muchas veces en vano– que los responsables de casos de femicidios respondan por sus actos. De hecho, la práctica muestra que los femicidios continúan cobijados por múltiples y complejos mecanismos de negación, descritos por el sociólogo Stanley Cohen en su libro Estados de negación (States of denial: knowing about atrocities and suffering, Blackwell Publishers: 2001). Esas negaciones vuelen algunos de los avances más retóricos que prácticos. Ilustraré con ejemplos sencillos estas formas de negación.

Hay que empezar por la concepción más básica de qué es un femicidio. A pesar de todos los esfuerzos realizados, todavía no hay un entendimiento claro de las dinámicas de violencia implicadas en los femicidios ni en su gravedad. Un femicidio no se constituye solo por ser la muerte violenta de una mujer. Usar el sexo de la víctima para diferenciar el femicidio de un homicidio es una práctica extendida, que simplifica y confunde el proceso de diferenciación. El sexo de la víctima es importante, pero no es suficiente para reconocer un acto femicida – es necesario explorar los elementos derivados del género. Cuando es motivada por razones de género, la muerte de una mujer (o de una persona con expresiones o identidad de género femeninas) responde a un fenómeno violento particular. Sus circunstancias, su modus operandi y su contexto la diferenciarán de otro tipo de muertes. Esas particularidades son las que justifican los esfuerzos especiales para visibilizar el fenómeno. Al no indagar, no investigar o no registrar estos aspectos, se invisibiliza el fenómeno y se extiende la negación.

La incomprensión del fenómeno es también palpable en las falencias de las políticas de prevención de los femicidios que hay en muchos países. Los indicadores que se usan en muchos lugares reducen el fenómeno al problema de muertes de mujeres, ignorando o negando otros actos previos que marcan los riesgos de femicidios. ¿Cuántas muertes hubieran podido ser evitadas si las denuncias iniciales hubieran sido tratadas de manera adecuada, sin negar la violencia o sin trivializarla? Los femicidios son antecedidos por eventos que deberían producir alarma, pero que los sistemas y las personas que los implementan no registran de manera apropiada. Por ejemplo, la violencia psicológica en dinámicas opresivas y coercitivas ligadas al género – la que no se ve, que no arroja pruebas médico-legales fehacientes –es comúnmente negada, reinterpretada, o reducida a problemas de la sensibilidad femenina. La negación de todos estos eventos significativos que serían indicadores aptos para prevenir los femicidios hace parte de una forma de negar la realidad mediante la interpretación o la implicación que se le asigna a los eventos.

Otra manera de negar el fenómeno, de no reconocer su implicancia social, es tratar los femicidios como asuntos marginales. Es notable ver que, en ciertos países que poseen altos números de femicidios, el análisis criminal realizado por la fiscalía no integra los femicidios. Aunque hay mucha exposición retórica, en la práctica, son pocos los marcos de política criminal que incorporan como prioridad la persecución de estos casos. Esta falta de atención se deriva de lo que Cohen denomina como negación implicatoria.

Por otra parte, aunque se habla mucho sobre los femicidios, es importante reconocer que, al final de las cuentas, se sabe poco sobre el fenómeno femicida, sobre su prevalencia, sobre sus causas o dinámicas. Obviamente, el desconocimiento es producto de la negación que describí anteriormente, pero no solo. Por supuesto, sabemos que muchos de los actos femicidas están asociados a violencia dentro de las parejas, pero no es el único contexto en el cual acontecen los eventos. La fijación sobre la violencia de pareja produce un sesgo según el cual la violencia intrafamiliar es la causa –casi única– de los femicidios. Se olvida que se mata a mujeres por razones de género en muchos otros contextos o dinámicas: en circunstancias de movilidad humana; en el marco de distintas dinámicas de criminalidad organizada; en contextos de encierro o privación de libertad; en eventos públicos y manifestaciones callejeras, etc. Tenemos que hacer mucho más por conocer y entender las dinámicas de violencia y coerción que envuelven los femicidios en los distintos países de la región.

Además, aprehender y comprender el fenómeno femicida no puede resumirse a contar los casos que son etiquetados como femicidios –los cuales sabemos sólo representan la punta del iceberg. Ello, también requiere abrir la mirada a otros casos conexos, aprehender el fenómeno desde una visión integral para entender sus dinámicas y manifestaciones. Implica analizar los femicidios a la par de las desapariciones de mujeres, las tentativas de femicidios, los suicidios de mujeres (inducidos o no), los casos archivados luego del suicidio del agresor (bastante común en casos de femicidios íntimos).

Finalmente, las políticas adoptadas suelen carecer de presupuesto o de mecanismos de seguimiento para valorar progresos y retrocesos. Además, los indicadores que se suelen usar, como ilustré con los ejemplos sobre la negación, distorsionan las metas y los procesos (por ejemplo, concentrándose solo sobre las muertes de mujeres y desatendiendo otros factores). Nuevamente, estamos frente a la negación implicatoria descrita por Cohen. Enfrentar el fenómeno femicida requiere inversiones sostenidas en amplios campos de la administración pública. Reconocer (parcialmente) el fenómeno no gasta para enfrentarlo de manera eficaz.   

Gracias a la experiencia trabajando con funcionarias y funcionarios que se desempeñen en la administración de justicia, soy consciente de los esfuerzos personales e institucionales que se requieren para garantizar una respuesta apropiada por parte de cualquier sistema de justicia. Mi observación indica que los resultados más razonables dependen todavía mucho de la disposición y la dedicación personal de ciertas personas en el servicio público. No dejo de reconocer el valiosísimo efecto que tiene ese factor personal, pero es insuficiente para lograr una respuesta eficaz a este fenómeno. El reconocimiento debe ser público y, como nos recuerda Cohen, la superación de la negación es un requisito para lograr que políticas y prácticas institucionales transformen y logren dignificar a las personas victimizadas.

[1] Los códigos penales y las leyes especializadas de América Latina emplean de manera indiferente los términos “feminicidios” o “femicidios” para tipificar las muertes violentas de mujeres por razones de género. En el presente artículo, uso la palabra “femicidio" para referirme a ambos. 

* Françoise Roth es consultora en derechos humanos y género; y es integrante de ReLeG

**Foto: Françoise Roth

***Las opiniones expresadas en el presente blog son responsabilidad exclusiva de su(s) autor@(s) y no representan necesariamente los puntos de vista de tod@s l@s integrantes de ReLeG.

Anterior
Anterior

Tortura por orientación sexual: A un año de la sentencia de la Corte Interamericana en el caso de Azul Rojas Marín

Siguiente
Siguiente

De Bellagio a la ReLeG: una historia que nos une en la lucha contra la violencia sexual y de género